martes, 26 de agosto de 2014

Mi familia y otros animales



Genial libro de Gerald Durrell, y con un título que me viene al pelo para contar cómo ha sido este verano. 

El mal tiempo predominante nos ha ido obligando a ampliar la familia con otros animales. Xoubiña, por cierto, sigue emocionada con la visita a Faunia y dice mucho “A-ni-ma-les!!!” Así, en plan Carlos Sobera pero moviendo la manita para dar énfasis. Eso quiere decir que juguemos a decir animales y cada uno dice uno. Está muy simpática la chiquilla, pero eso será otro post.

Uno de los primeros días estaba mi santo esposo podando un enorme arbusto del jardín, o eso decía él, porque la realidad es que le pegó un tajo que lo dejó por la mitad al pobre arbusto. Y dentro descubrió que había un nido con dos pollitos. Cada vez que pasábamos por allí, que era muy a menudo, tenía que aupar a un niño y a la otra para ver a los pollitos. Era curioso que siempre había uno dormido y otro despierto, igual se turnan por aquello de que la naturaleza es sabia, porque nunca vimos a los dos dormidos ni a los dos despiertos, y nunca, nunca vimos a la madre, ni de día ni de noche. Puede que la asustáramos y no volviera o que nos esquivara hábilmente. Unos días después desapareció un pollito, quiero creer que voló, la realidad es que ya estaban criados los dos, y el otro se quedó posado en el borde sin moverse, mirándonos con cara de mala leche. Veinticuatro horas estuvo allí el tío, como de guardia, sin moverse, mirándonos con cara de mala leche. Hasta que desapareció también! Aquí el bicho en cuestión, un tordo con mala leche:

  
Visto el éxito de los pollitos y recordando mi infancia decidimos comprarles a los niños dos patitos, no sin antes confirmar a quién podíamos dárselos cuando nos marcháramos. Eran monísimos los patitos, gemelos idénticos que tenían hasta las mismas manchas, imposible diferenciarlos. Parrulín fue el encargado de buscar el nombre para uno de ellos, y el hijo de los vecinos, un poco más pequeño, para el otro pato. Al día siguiente Parrulín había elegido Pablo y el vecino Juan. Así se llamaron los patitos y así de bonitos eran:



Xoubiña los miraba mucho aunque no se atrevía a tocarlos, y les decía “Pato, come!” Parrulín se empeñaba en cogerlos constantemente, los agobiaba sobremanera. A veces cogía uno y se lo daba a su hermana que retiraba la mano asustada y se quejaba que el pato le había picado un dedo. Si me descuidaba un instante, Xoubiña estaba intentando comerse la comida de los patos, y si me descuidaba otro, Xoubiña estaba dándole a los patos su comida. Muy compartido todo.

Qué lata nos dieron los patos! Eran muy pequeñitos y no me atrevía a dejarlos en el jardín toda la noche. Aunque confiaba en que la naturaleza les indicara que debían meterse en un arbusto o similar para buscar cobijo, no me fiaba yo mucho del instinto de los patitos y cada noche los metíamos en casa antes de salir a cenar. Pescarlos por el jardín era toda una odisea, Parrulín los asustaba para que salieran y yo los cazaba. Cómo corrían los patos!

Una tarde empezó a llover, una combinación de pereza y confianza en su instinto me impidió salir a buscarlos. Cuando escampó y salí al jardín no los encontraba por ninguna parte. Hasta que los encontré debajo del seto, empapados, tirados en el suelo y sin moverse. Uno casi muerto y el otro prácticamente. Cogí al más vivo y estuve secándolo y calentándolo con una toalla. El otro, la verdad, no daba un duro por él y pensé no cogerlo pero en seguida me arrepentí y lo cogí también. Parrulín secaba al más vivo y yo al más muerto. No se sostenían en pie, estaban fatal. 

Montamos una uvi de patos, metidos entre toallas y papel de cocina, y con un calefactor para darle calorcito pero no salían adelante, seguían sin mantenerse en pie. No querían comer ni beber, sólo estiraban el cuello tumbados contra el suelo. Le pregunté a mi santo ¿Vivirán? Yo de patos no sé, pero me parece que no. Poquito a poquito fueron mejorando. ¿Vivirán? Si pasan la noche puede que sí. Bueno, pues sí, pasaron la noche y al día siguiente estaban como nuevos.

Una semana más tarde al ir a cazar los patos para meterlos dentro de casa no encontramos más que a uno. ¿Dónde estará el otro? Se habrá ido de picos pardos! (Jejeje) O eso, o se lo habrá comido un animal. Aunque ya no confiaba en su instinto después de la mojadura que casi se los lleva por delante no tuve más remedio que abandonarlo a su suerte porque no lo encontraba por ninguna parte. Al día siguiente saqué al pato para que encontrara a su hermanito, pero nada, tampoco lo encontraba su hermanito. Bueno, pues se habrá independizado! Dos días después lo encontré, ni instinto, ni independencia, ni nada, murió. No sé cuándo, ni cómo, ni por qué, pero murió. Entre el tiempo que tardé en encontrarlo y el tiempo que tarde en confesárselo a Parrulín para que no se pusiera triste ya no pudimos ni celebrar un funeral ni nada, las hormigas ya habían procedido a limpiar el cadáver. Una lástima, pobre pato, descanse en paz.

El pato que quedaba se llamó Juan Pablo, obviamente, y se quedó con nosotros hasta el último día. Las dos últimas noches no había conseguido cazarlo y había dormido fuera, y sobrevivido. Ya era más mayorcito y además el tiempo había mejorado. El último día, con la casa cerrada y el coche cargado de maletas y de niños teníamos que cazarlo por última vez y dejarlo en el barreño para que lo recogiera el señor que me cuida la casa. Situación surrealista donde las haya, mi santo y yo persiguiendo el pato por el jardín y muertos de risa. Cada vez era más difícil cazarlo! Hasta me dio pena dejarlo en casa, pobre pato, ya le tenía cariño. No sé si este señor se lo comerá por Navidad o si le dará una buena vida, y prefiero no saberlo por si acaso no me gusta la respuesta.

Mucho mamá de Parrulín pero luego como mamá de patos, un absoluto fracaso. Yo pensaba ¿por qué no me tienen impronta? Cuando era pequeña y nos compraban patitos estos perseguían a mi abuela allá donde fuera. Era muy gracioso. Hasta bajaba a la playa y los tres patitos iban detrás, subía y los tres patitos detrás, iba a buscar algo al garaje y los tres patitos detrás. Yo les he dado siempre de comer a los míos y además les salvé de una muerte segura cuando la mojadura, aunque luego se me muriera uno, pero han resultado ser unos desagradecidos y unos descastados. Ni impronta, ni comer de mi mano, ni nada de nada. De hecho, cada vez escapaban más de mí.

Mañana seguimos con otro libro de Gerald Durrell, Bichos y demás parientes, que por hoy ya he tenido suficiente. 

Mamá de Parrulín y de Xoubiña.
Otro día más.
Sean buen@s y felices.

3 comentarios:

  1. Pobres patitos, yo recuerdo que me compraron un pollito naranja en la feria se lo llevamos al pueblo a mi abuela, recuerdo estar jugando con él, en su cocina y ser totalmente feliz pero supongo que moriría porque nunca más se supo, ni lo volví a ver la vez siguiente, creo que mi abuela me dijo que se había convertido en una de sus gallinas, inocencia pura...jaja. un beso

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  2. Ains pobre patitos!! A mi me hubiera dado mucha lástima dejarlo.
    Mejor no preguntes al señor lo que cenará en nochebuena...
    Muaks

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  3. Pobres patitos!!! DEP al que no sobrevivió.
    Yo recuerdo que también tuve dos patitos de pequeña que se llamaban chip y chop y que buenos recuerdos!
    Por otro lado es muy bueno para los niños (al menos en mi opinión) tener animales cerca así que bien hecho acercandole a ellos.

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