Se acabaron nuestras vacaciones, hemos vuelto a trabajar.
Hay sueño en mis ojos, arena en mis bolsillos y preciosos recuerdos en mi
corazón de este verano. Empecemos por el principio, el comienzo de mis
vacaciones ha coincidido con mi cumpleaños y he entrado en cuarentena.
Me gustaba cumplir años y celebrarlo, disfrutaba mucho de
ese día. He celebrado cumpleaños familiares, estando de campamento en Comillas,
con la familia de Irlanda… Siempre eran especiales, incluso un cumpleaños que
pasé entero en un aeropuerto esperando un vuelo. Hasta el día de mi cumpleaños
en el que recibía mi madre su primera quimio llevé velas y tarta al hospital,
disimulando una alegría que estaba lejos de sentir. Y desde entonces no había
vuelto a disfrutar de mi cumpleaños, me sumía en una profunda tristeza
celebrarlo sin que estuviera a mi lado la persona que me dio la vida.
Han llegado los cuarenta y me he empeñado de nuevo en
disfrutar de ese día, sólo quería celebrarlo y recuperar esa alegría perdida. Y
lo hice, en compañía de mi santo, de mis hijos y de mis amigos, con quien
quería estar, y en mi casa de Galicia, donde quería estar. Y es que los
cuarenta sólo se cumplen una vez.
Impresiona la cifra, cuarenta, CUARENTA! Son muchos años, y
creo que va a ser una buena década. Los niños crecen, Parrulín con ocho años está
hecho casi un hombre, la pequeña Xoubiña ya no necesita estar pegadita a mí en
cada momento, el lunes cumple cuatro años y aunque sigue durmiendo conmigo y
sigue tomando teta (quién me lo iba a decir!), cada vez es más autónoma. Y no
me quejo de apego y cercanía, pero agradezco poder leer un libro, o unas
páginas al menos, mientras los veo disfrutar en la playa. Siento que es el
comienzo de un nuevo capítulo en mi vida, me siento más madura, más segura, más
fuerte, más… real. No sé traducirlo en palabras, pero me siento bien.
No añoro los veinte, lo bien que lo pasaba, los años de
carrera, las juergas que me corrían entonces… No, lo pasé y lo pasé bien, pero
no volvería. Tampoco añoro los treinta, los embarazos, los bebés, los pañales,
las primeras sonrisas, los primeros pasitos… No, lo pasé y lo disfruté
muchísimo, pero tampoco volvería. Todas las etapas tienen su momento, sus luces
y sus sombras. Siempre he pensado de esta manera y ahora todavía con más razón,
volver atrás significaría volver a perder a mi madre y no me siento capaz de volver
a pasar por todo ese sufrimiento. “Caminante,
no hay camino, se hace camino al andar. Al andar se hace el camino, y al volver
la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar. Caminante no
hay camino sino estelas en la mar (…)”
Mi madre decía que los cuarenta eran la edad perfecta para
la mujer, que habían sido los años que más había disfrutado, que los hijos ya
no la necesitábamos tanto y ya no tenía esas inseguridades que inevitablemente
acompañan a la juventud. Yo nunca me había parado a pensar cómo sería mi vida a
los cuarenta, ni cómo sería mi cuerpo, mis arrugas o mis canas. Es cierto que
en mi adolescencia (y más allá) tuve todas esas inseguridades, a pesar de que
entonces era más joven, más guapa, más delgada…
A los cuarenta mi pecho cada vez es más pequeño, cada vez
está más abajo, o ambas cosas a la vez, y es por haber servido de alimento y de
cobijo. Mi tripa tiene algunas estrías en torno al ombligo, y es por haber
creado vida y amor. Mis ojos tienen algunas arruguillas, y es por las veces que
he reído y he llorado. Mi pelo tiene canas hace años, y cada vez aparecen más,
una amiga me decía este verano que tengo mucha personalidad como para teñirlo,
y aunque la razón fundamental es la falta de tiempo, puede que no me lo tiña
más, es como es. El paso del tiempo en las personas es el reflejo de lo que han
vivido, y cuenta nuestra historia, con sus cicatrices, sus alegrías y sus
penas.
A veces vemos mejor cómo pasa la vida por nuestras amigas que
por nosotras mismas. He visto cambiar a algunas de mis amigas, las he visto
madurar y convertirse en mujeres casi de repente y no me imaginaba que ese
tiempo también llegara para mí. Ha llegado pero tan despacio que no me daba
cuenta. Y ya no soy una eterna adolescente que juega a ser mamá desempeñando su
papel de la mejor forma posible, temiendo constantemente estar a la altura de
las circunstancias.
Cometo errores, tengo defectos, pero también más seguridad
en mí misma y en lo que hago. Ya no finjo lo que no soy, ni meto barriga, ni
disimulo arrugas, ni pinto canas. Elijo con quién quiero relacionarme y
mantengo las distancias con quien no quiero hacerlo. Lucho por lo que considero
importante y perdono rápidamente lo que no lo es. Descubro la maravilla de las
pequeñas cosas, una mariposa, una mirada, una sonrisa, un poema “Amo todas las cosas, no sólo las supremas,
sino las infinitamente chicas (…)”
Me siento mucho más a gusto y más fuerte que nunca. He
vivido cuarenta años, he ganado muchísimo, he perdido demasiado, he aprendido, he madurado.
Tengo cuarenta años. Soy
mujer, soy madre, soy esposa y… soy real.
Mamá de Parrulín y de Xoubiña,
Sean buen@s y felices.
Otro día más.
amén!
ResponderEliminarviva!
salud!
felicidades parrulina!
Felicidades!!! y bienvenida a los 40! Muy profundo tu post de hoy, o al menos para mí, a estas horas de la mañana en las q lo leo.
ResponderEliminarEstoy de acuerdo contigo y con tu madre...no volvería atrás, lo vivido, vivido está.
Mi principal error ha sido dedicar tiempo y esfuerzo a personas que no merecían la pena, es algo q estoy corrigiendo y me está aportando mucha tranquilidad.
Una persona me dijo no hace mucho que quien no suma en tu vida, resta, y es como si me hubiera quitado un lastre desde entonces.
Me alegro mucho q hayas disfrutado de tu 40 cumpleaños en la compañía de quien te quiere.
Un abrazo!
muyy real y sabes que m egustas como eres ;) .
ResponderEliminarAqui no te felicito porque de ti si que me acordé por wachap.
vennngaaa vaaaa....feliciidadesss y bienvenida a la edad yeyé :) .