martes, 30 de diciembre de 2014

Despidiendo el año



Saturadita me encuentro ya de tanta Navidad, mañana termina la primera mitad y hemos sobrevivido, a ver cómo llevamos la segunda. De vacaciones, hoy es el último día, y con todos los Reyes comprados ya, supongo que será más ligerita, aunque tal vez sea mucho suponer eso.

Xoubiña está como loca con la Navidad, no va a ninguna parte sin su pandereta. Vas a cantar un Villancico? Si mamá, a cantá. Y se lía a dar panderetazos con muchas ganas pero sin ritmo ninguno al tiempo que canta Tengo una vaca lechera… Y yo me parto de risa. Mejor eso que cuando de verdad canta un Villancico, que no sé por qué entra en bucle la chiquilla Campana una, campana una, campana una… Ha venido sin botón de rebobinar o avanzar, por lo que nos quedamos en la misma campana eternamente. Y los peces otro tanto, beben y beben, y beben y beben… y ya los imagino haciendo eses por el río, incluso al borde del coma etílico, pero no avanza la canción, imposible. La mejor es una de la Virgen, que no caigo yo qué villancico es porque no entona muy bien la chiquilla y canta La Virgen… se lo piensa… La Virgen María vivía en un tapón… Innovadora es la niña, y qué ilusión le pone al asunto, me encanta!

Parrulín está como loco con la Navidad, pero como loco con todo el consumismo desmedido de esta época, de hecho se debate entre el consumismo y las comilonas a todas horas y no sé cuál de las dos cosas le gusta más ni cual me sale más cara, un horror. Ayer dimos una vuelta por el centro y entre que tenía hambre, que media hora después de merendar sería capaz de comerse un jabalí, y que todo lo quería comprar me estaba volviendo más majareta todavía de lo que estoy en estado natural. Hubo un momento en el que creí que me iba a dar un mordisco en el brazo y juraría haber visto que tenía el símbolo del euro tatuado dentro del ojo, por lo que accedí a comprar un chocolate con churros, muy navideño, muy de turista, muy tomadura de pelo, muy de mancharse y ponerse perdido. Con el dineral que costó un chocolate y cuatro churros en los aledaños de Sol dimos por satisfechos ambos caprichos, el de comer y el de gastar, que ya dice el dicho que comer y gastar, todo es empezar!

Tolón, tolón, tolón, suenan las campanas, aunque parezca una vaca paseando con su cencerro. Din don, din don, suenan las campanas, aunque parezca el timbre de la puerta. Cómo demonios suenan las campanas? Ah, pues lo googleo, y para mi asombro encuentro que existen diccionarios de onomatopeyas, lo que inventa el hombre, es increíble! Y luego soy yo la perturbada! En fin, que hemos visto el reloj de la puerta del Sol y todo listo para las campanadas de esta noche, que se pone de bote en bote, y las de mañana por la noche, y también el día 1 por la mañana, que con tal de celebrar… Ya lo sospechaba yo, de perturbados está el mundo lleno.

Suena el carrillón clon, clon, clon, clon, clon, y comienzan las doce campanadas.

Dong! La primera es por ti, madre, porque nunca despedí un año sin tenerte a mi lado, porque te quiero y te añoro, porque esta fue tu última noche y tu última uva, porque te recuerdo a cada instante, por dejar de esperarte y encontrar en tu amor y tu recuerdo mi consuelo.

Dong! La segunda es por vosotros, hijos, porque os quiero, porque no imagino la vida sin vosotros a mi lado para hacerme sonreír, porque mi único plan en los próximos años es construir vuestra felicidad.

Dong! La tercera, por la familia, porque la armonía y el amor sean las bases que la sustenten, que la paciencia y el sentido del humor que deben acompañarnos en nuestro caminar no se agoten nunca.

Dong! La cuarta, por ellas, por las amigas que siempre están ahí, por las risas compartidas y el corazón acompañado, cuatro uvas para cuatro taradas queridas.

Dong! La quinta, por la soledad del marinero, del caminante sin hogar, por el emigrante que se va, por las camas vacías, por los pueblos en guerra y por los niños sin pan.

Dong! La sexta, por la esperanza, la magia y la felicidad, por un mundo mejor, más humano y más justo, por no cansarnos de luchar, por volvernos a levantar.

Dong! La séptima va por ti, tenían que ser siete, porque tengas éxito en ese camino que ahora comienzas, porque siempre sales corriendo a buscar tus sueños y por la sonrisa de tu pequeño.

Dong! La octava por la luz al final del túnel, por el faro en la tormenta, por el calor del hogar, por un abrazo sin dudar y por alguien a quien amar.

Dong! La novena va por ti, porque deseas vivir la maternidad con toda tu alma, espero que este año se cumpla tu sueño, aquí o en un país muy lejano.

Dong! La décima, por las noches blancas de hospital, los pasillos vacíos, los corazones que sufren, el dolor acompañado y la espera interminable, porque exista al menos una esperanza para luchar y una mano que agarrar.

Dong! La once va por mí, porque es la que siempre se me atraganta, es la uva de las prisas, la que te tomas sin mirarla apenas, la de la mala uva y el sabor amargo, y esa soy yo.

Dong! La doce es la última uva, esta va por ti que lees este blog aunque lo hagas en silencio, gracias por acompañarme en esta aventura, por todo lo que hemos pasado y por la vida que vendrá. Gracias! Brindo por ti!

Feliz año 2015!

Mamá de Parrulín y de Xoubiña
Otro día más.
Sean buen@s y felices.

lunes, 29 de diciembre de 2014

El fantasma de las Navidades futuras



Ha venido el fantasma de las Navidades futuras, al más puro estilo Dickens. Esta noche ha venido a visitarme el fantasma, el último de los tres. Es una sombra oscura que no habla, sólo muestra imágenes del futuro. Al contrario del que visitó a Scrooge no viene a revelarme mi muerte, sólo viene a mostrarme el futuro que me gustaría construir, las navidades que desearía que se hicieran realidad, la vejez acompañada de mis seres queridos.

Me ha enseñado una gran mesa de Navidad, una abuela mayor, de pelo cano y gran sonrisa, preside la mesa, al otro lado el abuelo refunfuña con cariño por algún motivo. A su alrededor sus hermanos, sobrinos, hijos y nietos, todos reunidos en torno al hogar, al calor de la familia. Se puede ver el amor, la armonía, la complicidad entre todos ellos. No hay gritos ni discusiones.

Parrulín ha crecido, se ha convertido en el hombre que yo pensaba, un buen esposo y un excelente padre, tiene tres niños pequeños y rubios que llenan la casa de gritos y alegrías. Su mujer, a su lado, le dedica miradas cariñosas que él sabe corresponder con un amor de esos que se demuestran en cada gesto, en cada detalle. Me siento orgullosa del hombre que es y de la familia que ha formado.

Xoubiña se ha convertido en una mujer adorable, tiene una niña pequeña y en unos meses dará a luz a dos gemelos que vendrán a colmar su felicidad. Su marido cuida de ella, casi con devoción, la ternura con la que acaricia su barriga me conmueve. Me siento feliz de saber que ha logrado tener todo aquello que deseaba, que sus sueños se han cumplido. Su felicidad es la mía.

Mi hermana mayor, con su marido, su hijo y su nieta, también nos acompañan, mi hermano pequeño tampoco podía faltar una noche como esta, ha venido con su familia desde muy lejos para celebrar este día con nosotros. Estamos los tres juntos y unidos, como hermanos que somos, como familia que somos.

Los cimientos de una familia que ha sido reconstruida, ya no hay dolor en las esquinas, la habitación está llena, en la chimenea crepita el fuego, el olor a leña flota en el vacío, los abrazos se repiten, los seres queridos se añoran con cariño y… suenan los relojes.

Me despierto en mi cama, prefiero seguir soñando. Soñando con un mundo mejor, con almohadas sin lágrimas, con corazones henchidos, cicatrices curadas y las heridas cada vez más leves. Ojalá ese futuro se haga realidad.

Hoy he visto una mujer que se empeña en mantener la magia, la ilusión y el amor, que se empeña en reunir a la familia en torno a su mesa. He visto a una mujer que ha olvidado ya la prisa que acelera, el insomnio que empobrece, el miedo que atenaza, la pena que escuece y la soledad que duele.

Mamá de Parrulín y de Xoubiña
Otro día más.
Sean buen@s y felices.

viernes, 26 de diciembre de 2014

El fantasma de las Navidades presentes



Ha venido el fantasma de las Navidades presentes, al más puro estilo Dickens. Esta noche ha venido a visitarme el fantasma, el segundo de los tres. Es un gigante pelirrojo de voz grave, que ríe y se divierte en las fiestas. Sostiene una antorcha encendida, lleva una funda sin espada, símbolo de paz entre los hombres, y bajo su túnica dos niños, uno que representa la ignorancia y otro que representa la necesidad, para que me cuide de ambos.

Me ha mostrado una familia reunida en torno a la cocina, unos hermanos trabajando juntos para llenar la mesa de excelente comida, unos padres felices de tener a toda la descendencia alrededor, un montón de primos que se quieren y cuidan unos de otros, con risas y villancicos, con simpatía y alegría… El caos era organizado y el barullo era esperado.

Los nietos más pequeños, emocionados de pasar la nochebuena con toda la familia de su padre, en lo que ellos llaman una fiesta, Parrulín con corbata, Xoubiña con vestido de estrellas de Navidad, están guapos y lo saben, su madre se ha esmerado mucho para que este día fuera especial para ellos. Su madre está triste, intenta disimularlo, piensa que carece de ese calor familiar, esa vuelta al hogar, ese anuncio del Almendro. Es la falta de raíces propias lo que le hace tambalearse, lo que hace que las lágrimas amenacen con desbordarse.

Al finalizar la cena de nochebuena no se comen turrones preparados, es el momento de sorprender a los abuelos con dos enormes tartas con unos muñecos de boda baturros, en unos días celebran 60 años de casados, y esa maravilla merecía una gran celebración. El abuelo tiene preparado un emotivo discurso y una preciosa sortija para su mujer, con siete brillantes como sus siete hijos. Es una imagen preciosa que me ha conmovido profundamente.

El fantasma me ha mostrado también un día de Navidad que no comienza demasiado pronto, los niños duermen casi hasta las diez de la mañana después de trasnochar el día anterior. Es el día de Navidad y su madre decide que es el día perfecto para desayunar chocolate con churros, para reponer fuerzas y hacer tiempo hasta que podamos ir a casa de los yayos a ver qué nos han dejado los Reyes. Como toda la familia sabe, los Reyes pasan por allí la noche de nochebuena, porque somos muchos y luego van a estar muy ocupados.

Xoubiña ha pedido un camión amarillo de Peppa Pig, otro Peppa Pig para su hermano, otro Peppa Pig para su padre, una jirafa pequeñita para su madre y una rana para su tío F, dos últimos detalles tan incomprensibles como entrañables. Le han traído todo lo que había pedido, y un muñeco bebé, y una enorme Minnie que cuenta cuentos, y unas botas camperas con estrellas, algunas cosas más y un disfraz de Blancanieves que exige ponerse inmediatamente.

Parrulín sólo ha pedido unos Monsuno, piensa que si sólo pide una cosa los Reyes se la traerán seguro. Quizá sea su último año de inocencia y era especialmente importante para su madre que disfrutara todo lo posible. Los Reyes han acertado con los Monsuno, también con el microscopio y el telescopio, con el juego de química, con el cohete para construir y algunas cosas más, aunque en principio sólo tiene ojos para los Monsuno pronto montará el telescopio y mirará a través del estómago de una mosca. El resto, lo deja para casa.

Me veo sonreír ante su emoción, conmoverme con su inocencia, participar con su alegría. Esas caritas son la mejor satisfacción de unas agridulces navidades, la búsqueda incansable del camión amarillo, la ilusión por la sorpresa del telescopio y el microscopio, el montón de regalos escondidos, los secretos mejor guardados. Su felicidad es la recompensa a tanto empeño y esfuerzo por realizar la magia de la Navidad.

Después llegará la comida del día de Navidad, de nuevo son los hermanos los que se reúnen en la cocina para demostrar su arte culinario y preparan una enorme merluza rellena digna del mejor restaurante. Contemplo los sucesivos intentos por hacer que Xoubiña coma algo, todos fracasados. Veo una familia unida que conversa en torno a una mesa. Me siento parte de esa familia, que no es la mía, hasta que un grito injusto, doloroso, inoportuno y peor que la falta de raíces, me devuelve a la realidad.

Vuelvo a mi cama, a mi almohada mojada de lágrimas, a mi corazón cada vez más marchito, a mis cicatrices cada vez más profundas, a mis heridas cada vez más dolorosas. La voz grave del fantasma me advierte que no puedo seguir así. Lo he intentado, juro que lo he intentado, yo no quería que las cosas fueran así, y lo he intentado poniendo todo mi esfuerzo en ello.

Hoy he visto una mujer que se empeña en mantener la magia, la ilusión y el amor, que se empeña en volver a levantarse después de cada caída. He visto una mujer que conoce bien la prisa que acelera, el insomnio que empobrece, el miedo que atenaza, la pena que escuece y la soledad que duele.

Mamá de Parrulín y de Xoubiña
Otro día más.
Sean buen@s y felices.

martes, 23 de diciembre de 2014

El fantasma de las Navidades pasadas



Ha venido el fantasma de las Navidades pasadas, al más puro estilo Dickens. Esta noche ha venido a visitarme el fantasma, el primero de los tres. No viene a mostrarme las escenas dolorosas, tuve una infancia feliz aunque luego siguiera una adolescencia complicada. El fantasma de las Navidades pasadas ha venido a traerme recuerdos de mi infancia, buenos recuerdos.

Me muestra con mis hermanos, soy una niña pequeña de cara redondita y expresiva, llevo un gorro buzo marrón de aquellos que se llevaban en los 70. Estoy en la plaza mayor, de la mano de mi padre. Hemos ido como todos los años a escoger una careta para que los abuelos no nos reconozcan al bajar del tren y yo escojo una careta de Blancanieves. Me entretengo con la música de un villancico y me suelto de su mano. Estoy perdida en la plaza Mayor, recuerdo la película de Chencho, y me pongo a llorar. Le estoy dando mi dirección a una pareja para que me lleven a casa cuando aparece mi padre, qué alegría volver a verle, qué bueno es sentir el abrazo reconfortante de mi padre.

Estamos en el tren, en el coche cama, toda la familia junta. Ansiosos, esperamos que entre en la estación mirando por la ventana a través de la lluvia, mi abuelo está esperándonos con las manos en los bolsillos, queremos darle una sorpresa. Mis padres bajan del tren, detrás de ellos tres pequeñajos con diferentes caretas esperan a que el abuelo, que siempre huele a colonia de lavanda, les pregunte ¿pero habéis venido sin niños? Entonces nos la quitamos y le damos un gran susto. Que estamos aquí abuelo! Bendita inocencia repetida año tras año.

Hemos llegado a casa de mi abuela. Puedo verla sentada en el salón, riéndose con aquella gracia que tenía. Tan buena como la recuerdo, tan cariñosa, tan divertida. Me está contando un cuento inventado, de aquellos que siempre tenían como protagonistas a Liborio y Pascuala. Mientras, cose un vestido para mí. Lleva su cruz colgada en el cuello, como siempre, la misma que ahora llevo yo siempre puesta. Me doy cuenta viendo la escena que siempre me he parecido mucho más en la forma de ser y en el carácter a mi abuela que a mi madre. Le encantaría haber conocido a mis hijos, lo que los hubiera disfrutado! La pequeña Xoubiña lleva su nombre también, como ella quería, como siempre me pidió.

Su casa es enorme, con un pasillo larguísimo de suelos de madera que crujen al pasar y al dar volteretas, ahí aprendimos los tres hermanos a dar volteretas. Al final del todo está el baño, nos da mucho miedo recorrer el pasillo a oscuras. El salón es el único sitio de toda la casa con calefacción y esperamos hasta el último momento para ir al baño a todo correr, mientras la abuela espera al comienzo del pasillo para que no tengamos miedo. Las puertas de las habitaciones tienen un cristal que, aunque impide ver el interior, puedes ver si está la luz encendida, saber quién duerme y quién todavía no. Es una gozada dormir sola en una habitación, en mi cama de madera, con mi colchón de lana que ya tiene hecho mi hueco y un millón de mantas para combatir el frío. En la calle está lloviendo y en casa, suenan los relojes.

Suenan los relojes, tiene muchos por toda la casa, un enorme reloj de cuco colgado en la pared del salón nos hace correr desde la otra punta de la casa para ver salir al pajarito cuando da las horas. Todos los relojes tienen sonería, para que no suenen todos a la vez están un poquito adelantados o un poquito atrasados, el único que da la hora exacta es el que está situado sobre la cómoda del salón. Qué bonito volver a oír los diferentes carrillones, qué recuerdos me trae.

Entre los crujidos de la madera, las puertas de cristal y los sonidos de los relojes que a veces me despiertan, cada noche de Reyes espero descubrirles “in fraganti” dejando mis regalos sobre las zapatillas que hemos dejado en el pasillo, cada uno deja los suyos delante de su puerta. Nunca lo consigo. Mi madre cuenta que cuando ella era pequeña los vio salir por la ventana de mi habitación y vio cómo se movían las cortinas. Yo espero volver a verlos y me pregunto qué hacía ella con la ventana abierta en pleno invierno.

Vuelvo al presente y su casa está vacía, es un cascarón del que sólo quedan en pie las paredes exteriores de piedra. Es desolador poder ver mi habitación desde la calle, sin paredes ni suelo, la casa completa, apenas unos pocos restos de lo que fue, azulejos blancos en la cocina y madera en las ventanas.

Me entristece la gran similitud que encuentro con mi vida, el desmoronamiento de una casa, el dolor en las esquinas, mi habitación desnuda y hueca, el lamento de los relojes en la madrugada, el olor a lavanda flotando en el vacío, los abrazos que no volverán, los seres queridos que tanto añoro, la lluvia cayendo y… no hay tejado.

Hoy he vuelto a ver aquella niña que creía en la magia, la niña que todavía no conocía la prisa que acelera, el insomnio que empobrece, el miedo que atenaza, la pena que escuece, la soledad que duele. Me gustaría darle un abrazo y decirle que disfrute de la Navidad, ahora que todavía puede.

Mamá de Parrulín y de Xoubiña
Otro día más.
Sean buen@s y felices.