Se veía venir, desde chiquitito. Se veía venir, desde la
guardería. Se veía venir, aunque no todo el mundo lo veía con la misma claridad
que nosotros. Se veía venir, aunque no hemos tenido ningún tipo de facilidades.
Se veía venir, ha venido, y parece que ya estamos en el camino, es cuesta
arriba pero parece que al menos hay camino.
Hace mucho tiempo que no cuento perlitas de Parrulín. Porque
se ha hecho un niño mayor, porque ya no tiene esa inocencia, pero sobre todo
porque ya no tienen tanta gracia. De hecho, a mí, personalmente, me asustan un
poco. Las perlitas actuales de Parrulín son las siguientes:
“Mamá, mira, un león
rampante!” Un qué? Y tengo que buscar rampante en el diccionario.
“Mamá, a que no sabes cuánto mide el monte más alto de
Marte?” Ni idea, cariño. “23 km! Casi el triple que el Everest!”
“Mamá, a que 5x6 son 30?” Sí, mi amor.
“Mamá, a que 123+48 son 171?” Eh… yo contando con los dedos.
Sí, cariño, son 171, muy bien.
“Mamá, a que el factorial de 4 son 24?” Eh… yo contando con
los dedos 4!=4x3x2x1… Sí, mi amor, son 24. ¿Y tú cómo sabes eso? “Y a que el
factorial de 5 son 120?” Eh… 5!=5x4x3x2x1… Sí, mi amor. ¿En qué curso di yo
eso? ¿En la carrera ya? ¿Y tú cómo sabes eso? “Me lo ha explicado papá, es muy
divertido!”
“Mamá, estos libros son para niños más pequeños, quiero un
poco más de mayores” Esto, con un libro de 8-10 años, y pasamos a libros de 12
años.
Con perlitas así… Se veía venir.
Lo intentamos en el colegio como primera medida.
Cuando he hablado con su profesora, en plan madre preocupada
“Mira, es que este niño me parece que es muy listo” la profesora me toma por
madre histérica “No es tan listo como tú crees, porque colorea muy mal” “Ah…
(sin palabras)” Esta conversación la tuve exactamente igual con la profe del
año pasado y la respuesta fue exactamente la misma.
Cuando le ha castigado su profesora por no terminar una
ficha que consistía en sumar 3+2 y pintarlo de verde, cuando le han suspendido (en proceso, que le llaman
ahora) en esfuerzo y constancia. “Es que habla mucho con sus compañeros, los
alborota a todos y no termina el trabajo” “Ah… (sin palabras)”
Cuando los demás niños han aprendido a leer este año con la
típica cartilla la-le-li-lo-lu, Parrulín, que sabe leer hace más de dos años, tenía
permiso para leer libremente los cuentos de la estantería. Esos cuentos eran
los de Don Contento y Don Feliz, estaba hasta el gorro de esos libros el pobre
chiquillo. “Mira, es que se aburre con estos libros, ya que puede leer
libremente ¿podría traer sus propios libros?” No, porque estos los conozco y le
puedo pedir que haga un dibujo sobre ellos. “Ah… (sin palabras)”
Harta de quedarme sin palabras, harta de no conseguir ayuda
por parte del colegio hablamos con un psicólogo amigo que nos recomienda una
clínica especializada para hacerle una valoración y ver si es un niño de altas
capacidades. La finalidad era tener un informe que diga que sí lo es y en el
colegio le hagan una adaptación curricular, le permitan leer libros más
avanzados, le pongan las sumas más complicadas o lo que sea para que no se
aburra y para que no surjan problemas de conducta.
Después de unas cuantas sesiones en la clínica nos dan la
valoración. El resultado del coeficiente intelectual del niño es de más de 140.
Como madre ingenua pregunto “Bueno, y dentro de las altas capacidades eso es lo
normal, está bien o de qué estamos hablando?” Y me dice la psicóloga “Te puedo
decir que en más de 10 años de trabajo pocas veces he visto un CI como este.”
Uf! Y ahora qué hacemos?
El director de la clínica nos explicó que tener un hijo de
tan altas capacidades es como tener un ferrari, que se conduce de forma
diferente y tenemos que aprender a conducirlo. Aparte de eso, que lo estamos
haciendo bien ofreciéndole información a demanda, que el niño de momento no
presenta problemas de conducta ni sociales, y que el colegio tiene la
obligación legal de adaptarse a las características del niño.
Entre medias del proceso llamo a la Comunidad de Madrid para
informarme de qué tengo que hacer ante la sospecha de que mi hijo tenga altas
capacidades, les explico que tiene cinco años y lee perfectamente, suma, resta,
multiplica, divide, hace factoriales... La Comunidad de Madrid me dice que
estamos fuera de plazo para entrar en un programa de refuerzo de altas
capacidades, que lo intentemos para el curso 2015-2016. Toma ya! Y que, de
todas formas, todo tiene que partir del colegio.
La Comunidad de Madrid habla con el colegio por otro motivo
y aprovecha para preguntarle a la orientadora de estudios por un niño de cinco años
que lee, suma, multiplica… La orientadora no tiene constancia de ello. Se
acerca a su clase y pregunta a la profesora por un niño con posibles altas
capacidades. Ese es Parrulín, seguro. Y la orientadora me llama pidiéndome
disculpas, que desconocía la situación de Parrulín y que va a tomar cartas en
el asunto, que le lleve la valoración cuando la tengamos.
Ahora que tenemos un informe que confirma lo que ya sospechábamos
nos hemos reunido con la orientadora de estudios para su adaptación curricular,
todo son buenas palabras y buenas intenciones, o eso parece, pero esperaremos a
ver si se traducen en hechos. De repente todo el mundo es súper atento con nosotros,
de repente el niño puede leer en clase otro tipo de libros y está encantado, de
repente su profe me recibe todos los días con una sonrisa cuando voy a
buscarlo. Lo que cambia la vida tener un papelito que te dé la razón, es
increíble.
He estado muy preocupada por este tema. Preocupada por su
futuro, preocupada por hallar un equilibrio, preocupada por su adaptación al
cole y a los compañeros, preocupada por anticiparme a lo que pueda ocurrir,
preocupada por un posible futuro fracaso escolar, preocupada por mil cosas. Como
madre, lo único que busco es su bienestar y su felicidad. Ahora se supone que
sabemos cuál es el camino, se supone que estamos en el camino correcto y se
supone que el colegio va a hacer lo que se supone que tenía que haber hecho hace
tiempo.
Y yo digo… Se veía venir!
Mamá de Parrulín y de Xoubiña.
Otro día más.
Sean buen@s y felices.