miércoles, 8 de julio de 2015

Santa Priscila y San Fermín


Hoy es Santa Priscila, era el santo de mi madre y celebramos hoy también el santo de mi Xoubiña. Y no, no se llaman Priscila, más que nada porque no es nombre de reina, aunque también porque es espantoso, con perdón de las Priscilas que haya en el mundo, ayer era San Fermín pero Parrulín no se llama Fermín, aunque rime. Mi madre decía que hoy era su santo, que siempre fue su santo hasta que la Iglesia decidió cambiarlo de sitio, pero que ella no pensaba cambiarlo. Hoy lo celebrábamos y la llamábamos Priscila en broma, riéndonos con ella. Continuamos la tradición con la pequeña Xoubiña, mi niña con nombre de reina, mi amor, mi compañía, mi consuelo, el melocotón de su abuela, y recientemente conocida como mi rubia despeinada.
Ya no celebramos los santos, un helado quizá si me pillan con dinero y algo de buen humor, pero en mi familia sí los celebrábamos de verdad, con regalo y todo. Lo malo es que me iba de campamento y no podía pasarlo con mi madre y celebrarlo como se merecía.

Tenía yo once años la primera vez que me fui de campamento, hasta los dieciocho que fue la última. Tres años en Comillas, Santander, y cuatro en Dublin, Irlanda. Qué bien lo pasaba! Comillas era especial, la universidad, el entorno, el trato, la gente… e Irlanda también, la lluvia, la family, el cole… lo pasaba muy bien aquellos meses. Pero me preocupaba mucho saber cómo estaría mi madre, en una época en la que no había móviles y llamar era complicado, una vez por semana, y a cobro revertido desde una cabina. Yo sabía o intuía que eran para ella los meses más difíciles del año, y recuerdo escribir a mi padre pidiéndole inútilmente que por favor se portara bien, unas postales llenas de inocencia e impotencia.

El primer año decidí esconder en casa algún regalo y decírselo cuando la llamara por teléfono. No recuerdo qué le compré, pero sí recuerdo dónde lo escondí, en la funda de mi guitarra, que imaginé que no abriría en mi ausencia. Recuerdo que coincidía que era un viernes, día en el que bajábamos al pueblo coincidiendo con el mercadillo y yo aprovechaba para llamarla. Había una heladería grande en la plaza, con un poyete en la ventana donde me sentaba mientras hablaba con ella. Le hizo mucha ilusión que le hubiera escondido un regalo y seguí haciéndolo desde entonces, no hubo año en el que no escondiera un pequeño detalle por el día de su santo.
Después vinieron aquellos veranos en Irlanda, donde pasaba un hambre espantosa por lo poco que me gustaba la comida que me daba la family. Aquellos bocadillos de pepinillo con mermelada de fresa, puaj! Un día como hoy hacía una semana que habíamos llegado, nos rugían las tripas a mi amiga María, que era de Pamplona, y a mí, y para distraernos decidimos dar un paseo y conocer un poco más el barrio. De repente… olía a chorizo! Y a tortilla de patatas! Increíble! Y María y yo nos sentamos en la acera de enfrente de la casa donde salía “olor español” a disfrutar simplemente de poder olerlo. Al cabo de un rato nos encontramos con una de las monitoras ¿Qué hacéis aquí sentadas? Oler a España!

Daba la casualidad que aquella era la casa donde vivían los directores de la organización que nos llevaba, y nos invitaron a pasar. Comimos chorizo, tortilla e incluso pan! Y no supo a gloria bendita! Desde aquel día, y durante todos los san fermines, estuvimos invitadas a ver el encierro en su casa y comer “en español”. Era genial. Recuerdo lo que se reía mi madre cuando se lo contaba, y cada vez que veo un encierro me acuerdo de aquellos días. Y yo que en mi vida había visto un encierro empecé a tomarle cariño.

Esta amiga me invitó aquel año a ir a Pamplona en Septiembre, a los san fermines txiquitos, y lo pasé fenomenal también. Aunque no tengo cultura taurina ninguna, ni intención de tenerla, fue muy emocionante ver a los corredores entrar en la plaza, la montonera que se formó en la puerta, el lío que se armó porque cerraron la puerta dejándose un toro fuera… Y allí, en mitad de la plaza, sentados justo detrás de nosotros, nos encontramos por casualidad… a los directores de Irlanda! Coincidencias de la vida.

Entre Santa Priscila y San Fermín comienza el mes de julio, que por cierto finaliza con mi cumpleaños. El mes de julio, preludio de las vacaciones, con el corazón puesto en Galicia, deseando marcharme a mi casita, como siempre, pero con el calor que está haciendo en Madrid más todavía. Tengo unas ganas tremendas de dormir bajo una manta calentita!

Hoy es el santo de mi madre y de mi hija, las “Priscilas” de mi vida. Hoy mi madre ya no está a mi lado, pero tengo un regalo para ella, el más importante del mundo, y es que por fin soy capaz de recordarla con una sonrisa. La nostalgia y la pena que sigo sintiendo ya no es incompatible con los recuerdos felices. Te quiero mami, Priscila, gracias por todo y… viva San Fermín!

Mamá de Parrulín y de Xoubiña.
Otro día más.
Sean buen@s y felices.

7 comentarios:

  1. que hermoso regalo Parrulina!!!
    me dejas sin palabras y una lagrima a medio salir.

    un abrazo

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  2. Que bonito..... me ha encantado esta entrada. Es maravilloso que puedas recordarla y sonrías, siempre estará dentro de ti. Un besote

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  3. Yo también celebro mi santo en otra fecha por tradición familiar!
    Me encanta el regalo de este año para tu madre
    mil besos

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  4. Me gusta leerte así. Besos preciosa!

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  5. Me encanta la entrada. Felicidades a tus Priscilas, a tu madre le encantará el regalo. Un abrazo

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  7. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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